Y así fue...
23 de enero de 2007. Escribiendo en el sillón de pana verde en refugio Otto Mailing.
No era la idea.
Comenzando desde el principio:
Nos levantamos el 22 a las 7 de la mañana en el hostel “La Bolsa del Deporte”. Ya estaba todo listo desde la noche anterior.
Salimos como héroes. Es curioso ver como el entusiasmo de dos tipos (que en realidad no van a realizar ninguna hazaña) despierta en la gente un espíritu de ánimo y colaboración. Supongo que nos pasa a todos, cuando contemplamos algo que nos gusta, pero nos suponemos incapaces para llevarlo a cabo, atinamos a impulsar y depositar la realización de esos sueños en otros. Conclusión: NOO! Hay que salir y hacerlo.
Perdón, reflexiones animosas son inherentes en mi.
Llegamos al Club Andino y primaba el desorden. La sensación fue de decepción, la idea es que eran “Pro”.
Llegamos a Pampa Linda separados, el Guillote, Federico, las mochilas y yo.
Viajé con un grupo de scouts de Capital. Gracias a Dios que no fui scout.
Siesta por medio en el micro, el destino fue alcanzado.
Federico se llama el guía. Un tipo que está empezando a ser curtido por la montaña, de carácter entrador. Es guía porque le gustan las salidas y las cosas que se generan en la montaña, y de paso le pagan.
Su preocupación por los clientes se reduce a que no se mueran.
A mi me sobra.
Desde la salida de Pampa Linda, empezó a llover, y por primera vez no me importaba mojarme en una salida de este tipo. En mi mochila tenía tolo lo necesario para cambiarme y estar caliente el refugio.
Parece que la experiencia se gana sin que uno se de cuenta.
La lluvia nos perdonó en la parte más complicada, donde el fuerte viento nos hubiera congelado. En vez de eso, salvo algún tropezón, hizo las veces de “Kohinoor” y llegamos casi secos.
Mi alegría en el camino solo se vio mermada al final, cuando, si sonreía, mucho, el viento helado me hacía doler los dientes. Un lujo.
Dentro del refugio todo es como tiene que ser: vida refugio.
Camaradería, estufa a leña prendida, aromas a café y a cocina. Como dicen todos “me quedo acá”.
Charlas casuales, “Lágrimas negras” sonando, y el disfrute del descanso con la cena y un vino hacen que todo sea perfecto.
En estos momentos entiendo la necesidad del esfuerzo.
Si el 273 pasara por acá no sería lo mismo. Cuando conseguí mis botas rígidas ya todo estaba dicho. Lamentablemente el clima no prometía nada bueno.
El reloj sonó a las 2:30 y la voz de Fede anunciando que no podíamos salir porque seguía el temporal no me desmotivó del todo: todavía hay una chance mañana.
Desayuno con el Guillote y otros compañeros… Fandermole me da la bienvenida (Dios pondrá los discos?)(Si).
Afuera del refugio el paisaje es increíble (y está despejando). No se como, pero algún día le voy a poder agradecer a Marina por la cámara. Las nubes bailan, el Sol, muestra su prometedora cara, el viento arrastra la nieve que enfría rápidamente las mejillas. Gente de todo el país y el mundo (Acaban de anunciar que salió el Sol, ya vengo!)
Bueno, bueno, ya volví.
Pusimos a secar las mochilas. El tiempo pasa diferente acá, no es mas lento ni mas rápido, sino diferente.
Estar rodeado de tanta belleza, de algo tan poco común te pone en un estado de contemplación permanente.
Caminé por la nieve, disfrutando cada paso. Espero tanto cada vez que lo hago que no puedo dejar de vivirlo como un gran logro.
Los imponentes glaciares y el minúsculo refugio acompañaron nuestra sesión de fotos.
Los demás viajeros emprendieron el descenso, Nos despedimos como grandes amigos. Si, si… todo funciona distinto acá.
El día sigue despejando, aunque no del todo.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.
La verdad es que si el Maestro no quiere que subamos, igual le agradezco por traerme hasta acá, con este equipo, con esta compañía y con esta salud.
Mañana les cuento sobre (ojala) nuestro ascenso. Lo más grande hasta ahora. Un escalón mas en la historia… mi historia.
-----------------------------------------------------------------
26 de Enero de 2007. Pongámosle suspenso.
Después de que terminé de escribir en el sillón, volvió a nublarse y unos momentos después estaba lloviendo. Creo que nuestras caras lo decían todo. Desilusión, desolación. Ya estaba todo perdido.
Habría que bajar al día siguiente sin haber tenido ni siquiera la chance de probar para ver si éramos capaces. Eso es aún peor que fallar.
De todas formas, en uno de los escasos períodos en los que paraba de llover, salí afuera y le agradecí al Maestro haberme llevado hasta ahí, al fin y al cabo eso ya era un regalo.
Unas horas mas tarde el viento frenó por completo, estábamos dentro de una nube, como si fuera un sueño. Y de pronto ocurrió. Guille me dice que se veían estrellas justo arriba y cuando levanté la cabeza vi, en un hueco exacto, a Orión, perfecta y completa arriba nuestro.
En ese momento mis dudas desaparecieron, sabía lo que iba a ocurrir. Le dije al Guillote “Vamos que acá tienen que limpiar”, y me fui a dormir.
Alguien me toca el hombro y me dice algo que no entiendo (estaba muy dormido). Eran las 2:25 de la mañana y Fede me decía que me despierte, que teníamos que salir. Lo desperté a Guille, bajé las escaleras, rodeé el refugio y veo que en el millón de estrellas que había en el cielo, se recortaba perfecta la silueta del Tronador. El milagro había ocurrido.
Juntamos las cosas necesarias, desayunamos granola “con relieve”, nos calzamos las botas rígidas y salimos para arriba siendo las 3:50 de la madrugada.
Era difícil darse cuenta de que no era un sueño. El fresco en la cara, el cielo infinito, el paisaje iluminado por la escasa luna. Decidimos avanzar sin linternas para acostumbrar la vista y tener una mejor apreciación del paisaje.
A nuestros pasos la nieve congelada por el frío de la noche soltaba un crujido profundo al quebrarse.
Después de avanzar unos cientos de metros, Fede se adelanta uno pasos, ilumina hacia delante y vuelve hacia nosotros. Había que encordarse, ya entrábamos en el campo de grietas.
Al cruzar la primera vez por el puente de nieve, nos dimos cuenta de que no era tan terrible como imaginábamos, pero que sí había que caminar con cuidado.
Cruzamos valles y lomadas congeladas. Hasta que el Sol se asomó en horizonte.
La nieve que había caído los días anteriores comenzó a aflojarse, nuestro calzado acumulaba grandes bloques de nieve, y las pisadas se hundían a veces hasta 30 centímetros.
Avanzar se tornó una tarea tortuosa, que a veces era empeorada por fuertes ráfagas de viento que desequilibraba y castigaba la cara arrastrando nieve fina. La transpiración dentro los guantes me enfriaba demasiado las manos y los dedos se entumecían.
La mente funciona de modos extraños. Yo sé que aún habiendo cosas mucho peores, para mas de cuatro esa situación hubiera sido motivo suficiente para abandonar la empresa. Yo me sentí más fuerte que nunca. Nada iba a detenerme, y cada nuevo reto, solo me impulsaba más.
Seguimos así por horas, cruzando grietas fabulosas (tienen que ver las fotos), en contra del viento y con el Sol en la espalda.
Las pocas paradas que hicimos servían para comer algo (pasas o turrones), hidratarnos, sacar alguna foto y adecuar la ropa. Muchas veces la ausencia de viento y el fuerte Sol hacía que tengamos que desabrigarnos, para no deshidratarnos a causa de la transpiración.
Aproximadamente a las 12:00 llegamos al Col, el punto mas bajo entre los picos internacional y argentino. Nuestra meta era el segundo.
En ese lugar la pendiente era tan grande que cambiamos la manera de ascensión. Dejamos las mochilas en la nieve aseguradas clavando los bastones, para que el viento no las arrastre.
Nos pusimos el casco y los grampones (al que le salga a la primera atarse los cordones de las zapatillas con los dedos helados, le doy un premio). Federico cambió el tipo de amarre con el que nos guiaba y salimos a conquistar el último tramo.
El viento era aún más fuerte, pero la seguridad de ir con alguien que sabe lo que hace, permite que los pasos sean firmes, aún con el cuerpo cansado.
Después de un trecho empinado de hielo y nieve, llegamos a un reparo, donde mediante tornillos para hielo, quedamos asegurados a la pared.
Fede partió para la cumbre, dejándonos instrucciones precisas de lo que teníamos que hacer.
Unos (largos) minutos después, se escuchó a lo lejos “Podés venir!”.
Era la orden para que Guille quite su seguro y avance en una travesía lateral.
Avanzó hasta que dejé de verlo. Cuando la soga que nos unía se tensó, era mi turno. Con cuidado abrí el mosquetón que me unía a la pared y salí.
La travesía era más empinada de lo que pensaba. Eso me asustó un poco. La perspectiva hacia abajo no era muy alentadora: una caída de… 50 metros?
Por suerte mi confianza en la soga me permitió relajarme. Probé el agarre de los grampones y la piqueta y me sentí muy cómodo. Las probabilidades de caer eran muy bajas.
Al terminar la travesía lateral, miro para arriba, y ahí estaba, el último tramo. Una pared de hielo de unos 7 metros con inclinación positiva de unos 50 grados.
Había esperado toda la vida, y lo estaba haciendo, estaba escalando sobre hielo.
Lo que sigue es solo comprendido por aquellas personas que logran algo luego de sacrificarse mucho, mucho por conseguirlo.
La emoción, el logro y la alegría, todo eso junto en un abrazo entre los tres. El Lanín nos saludaba desde lejos, como en algún momento hizo lo propio el tronador cuando estábamos en la cima del volcán.
El horizonte era nuestro.
El hombre no está preparado para comprender tanta belleza. Pero por suerte existe.
Después de eso todo fue bajada (cuac!). Catorce horas fueron en total, de las cuales 5 usamos para bajar. Fue duro, la nieve honda nos volvió a castigar, pero no importaba, nuestro objetivo había sido alcanzado.
El regreso al refugio fue hermoso, con la simpleza del que sabe que su logro no necesita reconocimiento, solo basta con saber lo que uno mismo hizo.
------------------------------------------------------------
Después de llegar al refugio, la cima se cubrió de nubes otra vez. Dios nos dejó pasar y después cerró la puerta. No dejamos de agradecerle por eso.
Cenamos la comida del lugar y tuvimos atenciones especiales por lo que habíamos hecho.
Esa tarde más de 80 personas habían llegado al refugio, así que con Guille decidimos dormir afuera.
Fede nos ayudó a armar un refugio contra el viento, y ahí nos tiramos, con el cielo estrellado como protección.
Al otro día desayunamos, juntamos nuestras cosas y emprendimos la vuelta a Pampa Linda.
Cuando ya nada podía mejorar y estábamos por llegar, una camioneta nos levantó y nos libró de los últimos metros de la caminata. El sueño de todo viajero!
El micro de regreso a Bariloche nos dejó en un camping llamado “Los rápidos” en el que Fede nos mostró y contó historias sobre su pasado como bombero voluntario.
Mi idea sobre Fede durante el transcurso del viaje cambió un poco. Primero creí que había contratado un guía, pero después me di cuenta de que había ganado un amigo. Respeta la vida en el sentido mas profundo que pueda interpretarse. Y eso también fue una gran lección.
Otro micro pasó a buscarnos, llegamos a Bariloche y devolvimos el equipo en el Club Andino.
Nos despedimos de Federico.
Esa noche disfrutamos de una pizza de panceta y huevo, premio merecido al esfuerzo.
Nada era demasiado distinto, pero los dos sabíamos que tampoco era exactamente igual.
No era la idea.
Comenzando desde el principio:
Nos levantamos el 22 a las 7 de la mañana en el hostel “La Bolsa del Deporte”. Ya estaba todo listo desde la noche anterior.
Salimos como héroes. Es curioso ver como el entusiasmo de dos tipos (que en realidad no van a realizar ninguna hazaña) despierta en la gente un espíritu de ánimo y colaboración. Supongo que nos pasa a todos, cuando contemplamos algo que nos gusta, pero nos suponemos incapaces para llevarlo a cabo, atinamos a impulsar y depositar la realización de esos sueños en otros. Conclusión: NOO! Hay que salir y hacerlo.
Perdón, reflexiones animosas son inherentes en mi.
Llegamos al Club Andino y primaba el desorden. La sensación fue de decepción, la idea es que eran “Pro”.
Llegamos a Pampa Linda separados, el Guillote, Federico, las mochilas y yo.
Viajé con un grupo de scouts de Capital. Gracias a Dios que no fui scout.
Siesta por medio en el micro, el destino fue alcanzado.
Federico se llama el guía. Un tipo que está empezando a ser curtido por la montaña, de carácter entrador. Es guía porque le gustan las salidas y las cosas que se generan en la montaña, y de paso le pagan.
Su preocupación por los clientes se reduce a que no se mueran.
A mi me sobra.
Desde la salida de Pampa Linda, empezó a llover, y por primera vez no me importaba mojarme en una salida de este tipo. En mi mochila tenía tolo lo necesario para cambiarme y estar caliente el refugio.
Parece que la experiencia se gana sin que uno se de cuenta.
La lluvia nos perdonó en la parte más complicada, donde el fuerte viento nos hubiera congelado. En vez de eso, salvo algún tropezón, hizo las veces de “Kohinoor” y llegamos casi secos.
Mi alegría en el camino solo se vio mermada al final, cuando, si sonreía, mucho, el viento helado me hacía doler los dientes. Un lujo.
Dentro del refugio todo es como tiene que ser: vida refugio.
Camaradería, estufa a leña prendida, aromas a café y a cocina. Como dicen todos “me quedo acá”.
Charlas casuales, “Lágrimas negras” sonando, y el disfrute del descanso con la cena y un vino hacen que todo sea perfecto.
En estos momentos entiendo la necesidad del esfuerzo.
Si el 273 pasara por acá no sería lo mismo. Cuando conseguí mis botas rígidas ya todo estaba dicho. Lamentablemente el clima no prometía nada bueno.
El reloj sonó a las 2:30 y la voz de Fede anunciando que no podíamos salir porque seguía el temporal no me desmotivó del todo: todavía hay una chance mañana.
Desayuno con el Guillote y otros compañeros… Fandermole me da la bienvenida (Dios pondrá los discos?)(Si).
Afuera del refugio el paisaje es increíble (y está despejando). No se como, pero algún día le voy a poder agradecer a Marina por la cámara. Las nubes bailan, el Sol, muestra su prometedora cara, el viento arrastra la nieve que enfría rápidamente las mejillas. Gente de todo el país y el mundo (Acaban de anunciar que salió el Sol, ya vengo!)
Bueno, bueno, ya volví.
Pusimos a secar las mochilas. El tiempo pasa diferente acá, no es mas lento ni mas rápido, sino diferente.
Estar rodeado de tanta belleza, de algo tan poco común te pone en un estado de contemplación permanente.
Caminé por la nieve, disfrutando cada paso. Espero tanto cada vez que lo hago que no puedo dejar de vivirlo como un gran logro.
Los imponentes glaciares y el minúsculo refugio acompañaron nuestra sesión de fotos.
Los demás viajeros emprendieron el descenso, Nos despedimos como grandes amigos. Si, si… todo funciona distinto acá.
El día sigue despejando, aunque no del todo.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.
La verdad es que si el Maestro no quiere que subamos, igual le agradezco por traerme hasta acá, con este equipo, con esta compañía y con esta salud.
Mañana les cuento sobre (ojala) nuestro ascenso. Lo más grande hasta ahora. Un escalón mas en la historia… mi historia.
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26 de Enero de 2007. Pongámosle suspenso.
Después de que terminé de escribir en el sillón, volvió a nublarse y unos momentos después estaba lloviendo. Creo que nuestras caras lo decían todo. Desilusión, desolación. Ya estaba todo perdido.
Habría que bajar al día siguiente sin haber tenido ni siquiera la chance de probar para ver si éramos capaces. Eso es aún peor que fallar.
De todas formas, en uno de los escasos períodos en los que paraba de llover, salí afuera y le agradecí al Maestro haberme llevado hasta ahí, al fin y al cabo eso ya era un regalo.
Unas horas mas tarde el viento frenó por completo, estábamos dentro de una nube, como si fuera un sueño. Y de pronto ocurrió. Guille me dice que se veían estrellas justo arriba y cuando levanté la cabeza vi, en un hueco exacto, a Orión, perfecta y completa arriba nuestro.
En ese momento mis dudas desaparecieron, sabía lo que iba a ocurrir. Le dije al Guillote “Vamos que acá tienen que limpiar”, y me fui a dormir.
Alguien me toca el hombro y me dice algo que no entiendo (estaba muy dormido). Eran las 2:25 de la mañana y Fede me decía que me despierte, que teníamos que salir. Lo desperté a Guille, bajé las escaleras, rodeé el refugio y veo que en el millón de estrellas que había en el cielo, se recortaba perfecta la silueta del Tronador. El milagro había ocurrido.
Juntamos las cosas necesarias, desayunamos granola “con relieve”, nos calzamos las botas rígidas y salimos para arriba siendo las 3:50 de la madrugada.
Era difícil darse cuenta de que no era un sueño. El fresco en la cara, el cielo infinito, el paisaje iluminado por la escasa luna. Decidimos avanzar sin linternas para acostumbrar la vista y tener una mejor apreciación del paisaje.
A nuestros pasos la nieve congelada por el frío de la noche soltaba un crujido profundo al quebrarse.
Después de avanzar unos cientos de metros, Fede se adelanta uno pasos, ilumina hacia delante y vuelve hacia nosotros. Había que encordarse, ya entrábamos en el campo de grietas.
Al cruzar la primera vez por el puente de nieve, nos dimos cuenta de que no era tan terrible como imaginábamos, pero que sí había que caminar con cuidado.
Cruzamos valles y lomadas congeladas. Hasta que el Sol se asomó en horizonte.
La nieve que había caído los días anteriores comenzó a aflojarse, nuestro calzado acumulaba grandes bloques de nieve, y las pisadas se hundían a veces hasta 30 centímetros.
Avanzar se tornó una tarea tortuosa, que a veces era empeorada por fuertes ráfagas de viento que desequilibraba y castigaba la cara arrastrando nieve fina. La transpiración dentro los guantes me enfriaba demasiado las manos y los dedos se entumecían.
La mente funciona de modos extraños. Yo sé que aún habiendo cosas mucho peores, para mas de cuatro esa situación hubiera sido motivo suficiente para abandonar la empresa. Yo me sentí más fuerte que nunca. Nada iba a detenerme, y cada nuevo reto, solo me impulsaba más.
Seguimos así por horas, cruzando grietas fabulosas (tienen que ver las fotos), en contra del viento y con el Sol en la espalda.
Las pocas paradas que hicimos servían para comer algo (pasas o turrones), hidratarnos, sacar alguna foto y adecuar la ropa. Muchas veces la ausencia de viento y el fuerte Sol hacía que tengamos que desabrigarnos, para no deshidratarnos a causa de la transpiración.
Aproximadamente a las 12:00 llegamos al Col, el punto mas bajo entre los picos internacional y argentino. Nuestra meta era el segundo.
En ese lugar la pendiente era tan grande que cambiamos la manera de ascensión. Dejamos las mochilas en la nieve aseguradas clavando los bastones, para que el viento no las arrastre.
Nos pusimos el casco y los grampones (al que le salga a la primera atarse los cordones de las zapatillas con los dedos helados, le doy un premio). Federico cambió el tipo de amarre con el que nos guiaba y salimos a conquistar el último tramo.
El viento era aún más fuerte, pero la seguridad de ir con alguien que sabe lo que hace, permite que los pasos sean firmes, aún con el cuerpo cansado.
Después de un trecho empinado de hielo y nieve, llegamos a un reparo, donde mediante tornillos para hielo, quedamos asegurados a la pared.
Fede partió para la cumbre, dejándonos instrucciones precisas de lo que teníamos que hacer.
Unos (largos) minutos después, se escuchó a lo lejos “Podés venir!”.
Era la orden para que Guille quite su seguro y avance en una travesía lateral.
Avanzó hasta que dejé de verlo. Cuando la soga que nos unía se tensó, era mi turno. Con cuidado abrí el mosquetón que me unía a la pared y salí.
La travesía era más empinada de lo que pensaba. Eso me asustó un poco. La perspectiva hacia abajo no era muy alentadora: una caída de… 50 metros?
Por suerte mi confianza en la soga me permitió relajarme. Probé el agarre de los grampones y la piqueta y me sentí muy cómodo. Las probabilidades de caer eran muy bajas.
Al terminar la travesía lateral, miro para arriba, y ahí estaba, el último tramo. Una pared de hielo de unos 7 metros con inclinación positiva de unos 50 grados.
Había esperado toda la vida, y lo estaba haciendo, estaba escalando sobre hielo.
Lo que sigue es solo comprendido por aquellas personas que logran algo luego de sacrificarse mucho, mucho por conseguirlo.
La emoción, el logro y la alegría, todo eso junto en un abrazo entre los tres. El Lanín nos saludaba desde lejos, como en algún momento hizo lo propio el tronador cuando estábamos en la cima del volcán.
El horizonte era nuestro.
El hombre no está preparado para comprender tanta belleza. Pero por suerte existe.
Después de eso todo fue bajada (cuac!). Catorce horas fueron en total, de las cuales 5 usamos para bajar. Fue duro, la nieve honda nos volvió a castigar, pero no importaba, nuestro objetivo había sido alcanzado.
El regreso al refugio fue hermoso, con la simpleza del que sabe que su logro no necesita reconocimiento, solo basta con saber lo que uno mismo hizo.
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Después de llegar al refugio, la cima se cubrió de nubes otra vez. Dios nos dejó pasar y después cerró la puerta. No dejamos de agradecerle por eso.
Cenamos la comida del lugar y tuvimos atenciones especiales por lo que habíamos hecho.
Esa tarde más de 80 personas habían llegado al refugio, así que con Guille decidimos dormir afuera.
Fede nos ayudó a armar un refugio contra el viento, y ahí nos tiramos, con el cielo estrellado como protección.
Al otro día desayunamos, juntamos nuestras cosas y emprendimos la vuelta a Pampa Linda.
Cuando ya nada podía mejorar y estábamos por llegar, una camioneta nos levantó y nos libró de los últimos metros de la caminata. El sueño de todo viajero!
El micro de regreso a Bariloche nos dejó en un camping llamado “Los rápidos” en el que Fede nos mostró y contó historias sobre su pasado como bombero voluntario.
Mi idea sobre Fede durante el transcurso del viaje cambió un poco. Primero creí que había contratado un guía, pero después me di cuenta de que había ganado un amigo. Respeta la vida en el sentido mas profundo que pueda interpretarse. Y eso también fue una gran lección.
Otro micro pasó a buscarnos, llegamos a Bariloche y devolvimos el equipo en el Club Andino.
Nos despedimos de Federico.
Esa noche disfrutamos de una pizza de panceta y huevo, premio merecido al esfuerzo.
Nada era demasiado distinto, pero los dos sabíamos que tampoco era exactamente igual.
El cometido del hombre en la Tierra es hacer sus sueños realidad.
Es así como Dios se experimenta a si mismo, y su placer es nuestra dicha.
2 Comments:
Como no podía ser de otra manera, tus relatos entretienen, atrapan y tienen la importante garantía de ser reales :)
Felicitaciones a los dos!!!!
Seguí disfrutando!!!! un beso.
By Anónimo, at 9:43 a. m.
que tenes contra los Scout? no vendemos galletitas. si no, yo no hubiera ido hasta Frey, tambien. Campamento de 20 dias en el lago Mascardi.No nos subestimes.
Arwen, estrella de la Tarde *
By Anónimo, at 8:41 p. m.
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